Tengo
una mancha en el cuello,
sus
colores azules y pardos, su sudor, su fiebre y sus latidos,
se
me agolpan bajo el lado izquierdo de la mandíbula.
Tengo
una mancha en el cuello,
vasos
capilares y escombros microscópicos que han perdido la batalla
contra ti,
células
agolpadas y muertas, endotelio plegado a tu deseo.
Tengo
una sombra de llenos y silencios,
dejada
por tus labios y tus dientes.
Musgo
que ha crecido sin pedirme permiso.
Y
me estremece mirarla de reojo en los espejos
sintiendo
nuevamente el abismo, el mar enfurecido,
el
algodón compacto, el calor animal
y
la nube de alas, que hay dentro de tu boca.
Tengo
una mancha en el cuello,
cuya
sola visión me asalta de luces y de espanto,
me
devuelve por un instante el paraíso, la música y las calles
empedradas.
La
veo desaparecer cada hora que pasa y con ella agonizo.
Un
dolor como de muerte, llena el día en que me obligo a seguir
respirando.
Yo
quiero retenerla y que habite en mi cuello para siempre;
recordatorio
oscuro y orgulloso,
de
la mañana perfecta, en que me llevaste a ver a dios
Sin
embargo la mancha se diluye,
se
descompone su tinta verde y salada,
y
no se va con ella ni un poquito,
del
vacío que estos días me visita y me separa del mundo.
La
aprieto con los dedos para avivar un poco su negrura,
en
mi cuello pintado de tu boca,
y
me siento a llorar entre las piedras
mientras
esta pequeña opacidad que conmigo llevo,
continúa
neciamente muriéndose, abandonándome,
dejándome
sedienta, envenenada y ardiendo,
en
este adolorido mediodía sin tus manos.