Cada vez que me despido de un lugar o
de algo, queda un pedazo tuyo lamiendo la maleta, la arena mojada,
el domingo de tarde. Pienso entonces en la vida que me regalaste
marchándote lejos, en los años que pase mirándote dormir y en el
siglo que ha venido tras de ti. Un puñado de tierra seca, un barril
de madera que no me he atrevido a abrir desde entonces.
Moví la escalera para que mi cama
fuera distinta, para que poco a poco comenzara a ser mi cama y en mi
cama durmió el mar muchas veces y del techo caían pequeños pedazos
de tierra y de vida. Pinté una pared porque las otras se pintaron
solas y cada vez despertaba menos triste y mas pálida. Caminé
muchas veces de noche por el parque para no encontrarte, para
encontrar a otro también sentado leyendo un libro.
Volví al mar cada verano, viajé al
puerto helado de casitas de colores, a la playa caliente del amor. Y
siempre al empacar, siempre al despedirme con un beso de alguien en
la puerta de mi casa, se iba un pedacito tuyo, se quedaba un pedacito
tuyo.
Mañana volveré a la escuela, el
miércoles al parque y caminaré pensando en cualquier otra cosa. Se
queda sin embargo, clavado en la pared, debajo de las fotos un pedazo
de tu boca.
(Julio 11, 2001)