Recibo
a cuentagotas noticias atrasadas, la enredaderas han cambiado
a un rojo violento y me he quedado sin trenes.
Van
a cerrar el bar de la esquina y una librería pequeña que han estado
ahí por casi 80 años para poner un supermercado, y como protesta
los vecinos han instalado un jardín con bancas y flores en el
camellón de enfrente, ñoñísima isla verde con volantes enmicados
y arbustos incipientes de colores. Y desde la terraza del bar,
repleta los viernes por la tarde todos lamentan las barbaries de éste
mundo.
Ahora voy a tomar ahí el café, solo por quitarme la pijama, por ver gente con abrigos y un poco por nostalgia, y mirando el pequeño escenario del sótano donde otros inviernos tocaban músicos de jazz, me da por extrañar los karaokes de los que nos echaban algunas madrugadas.
Ahora voy a tomar ahí el café, solo por quitarme la pijama, por ver gente con abrigos y un poco por nostalgia, y mirando el pequeño escenario del sótano donde otros inviernos tocaban músicos de jazz, me da por extrañar los karaokes de los que nos echaban algunas madrugadas.
Me
gusta este segundo otoño ahora que no paso tanto tiempo pensando en
el mundo que perdí y en mi equipaje y ahora que odio al vecino de
enfrente con el que no he cruzado palabra y hay un bar de la esquina
donde sentarse los jueves.
Todo
está bien, todo estará mejor, prometen como siempre las paginasweb
de autoayuda y el horóscopo, y en vez de hacer berrinche me digo que
debería imitar a los dueños del bar de la esquina y sembrar flores
inútiles y lindas en la pequeña isla donde ahora vivo.
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