A
pesar de que he nacido la década que no correspondía, ni a esta
inquietud ni a toda esta desidia. A pesar de que vuelvo neciamente
los viernes con puntualidad ajena a buscar el placer que siento
perdido. A pesar de que duermo sin ayuda de culpas, sin pastillas,
justamente las noches que no lo necesito. Y de que me acuesto diez
veces antes de poder por fin respirar, sigue costándome muchísimo trabajo
dormirme, sólo no pensar y dormirme.
Tomo
las vitaminas y los golpes como si fueran gotas de algún remedio
mágico y los ritos absurdos desbaratan la rutina de cada
entresemana. Y a pesar de las luces de otro día en que he creído
olvidarme del infierno, los párpados me duelen todavía algunas
noches.
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