sábado, diciembre 23, 2006

A la fuerza revuelto


Me acuerdo como en sueños del amor extraviado, del que me hervía lento y vigilante. Pensaba el otro día mirando como siempre como cada domingo, el campo recorrerse, las nubes regresarse, pensaba si al querer, si al dejarme querer y abandonarte. Me preguntaba si podría dejar de mirarte con pena y con amor, con la ternura larga, con odio de embriagarse. Descubrí con horror, que desde que te fuiste no te he deseado ni una cosa buena ni por un instante. Que si no estas aquí yo hubiera preferido una muerte terrible para ti, un profundo dolor, una aguja punzante. Descubrí con pena, con vergüenza y con miedo que en realidad el berrinche nunca me permitió abandonarme ni mirarte de lejos ni tocarte. Que me detenía a veces a mirar tus huellas en la pared y lloraba mansamente mucho tiempo, tratando de perdonarte.

Intuía que el perdón traería paz y que me dejaría adormilada, cansada de quererte y por supuesto de odiarte. El perdón aparece algunas veces, apareces tu también parado bajo la lluvia. Justo cuando me digo que no debo enamorarme, justo en ese momento, se detiene el odio por un instante y te miro fumando, embarnecido y viejo con tu aire frágil. Te miro una fracción de segundo, por accidente casi. Tu no me miras, no sabes que paso yo delante y me quedo callada dos minutos y medio. Y viene luego el perdón pequeño a reconfortarme y me advierte lloviendo que aunque quiera, no quiero querer como antes.

1 comentario:

11:25 dijo...

enamorada, feliz o adormilada. todos se lo pierden, y todos ganamos un poquito
de tu insomnio
y qué coraje que algunos grises se lleven rebanadas tan grandes.
a quién hay que perdonar al fin?