lunes, agosto 31, 2020

Nube arriba

Tengo una mancha en el cuello,
sus colores azules y pardos, su sudor, su fiebre y sus latidos,
se me agolpan bajo el lado izquierdo de la mandíbula.

Tengo una mancha en el cuello,
vasos capilares y escombros microscópicos que han perdido la batalla contra ti,
células agolpadas y muertas, endotelio plegado a tu deseo.

Tengo una sombra de llenos y silencios,
dejada por tus labios y tus dientes.
Musgo que ha crecido sin pedirme permiso.

Y me estremece mirarla de reojo en los espejos
sintiendo nuevamente el abismo, el mar enfurecido,
el algodón compacto, el calor animal
y la nube de alas, que hay dentro de tu boca.

Tengo una mancha en el cuello,
cuya sola visión me asalta de luces y de espanto,
me devuelve por un instante el paraíso, la música y las calles empedradas.

La veo desaparecer cada hora que pasa y con ella agonizo.
Un dolor como de muerte, llena el día en que me obligo a seguir respirando.
Yo quiero retenerla y que habite en mi cuello para siempre;
recordatorio oscuro y orgulloso,
de la mañana perfecta, en que me llevaste a ver a dios

Sin embargo la mancha se diluye,
se descompone su tinta verde y salada,
y no se va con ella ni un poquito,
del vacío que estos días me visita y me separa del mundo.

La aprieto con los dedos para avivar un poco su negrura,
en mi cuello pintado de tu boca,
y me siento a llorar entre las piedras
mientras esta pequeña opacidad que conmigo llevo,
continúa neciamente muriéndose, abandonándome,
dejándome sedienta, envenenada y ardiendo,
en este adolorido mediodía sin tus manos.





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