martes, agosto 05, 2008

No en horas de oficina

Voy a tu cueva algún domingo. Claro, así nadie puede verme.
Miro tu colección de objetos y reconozco alguno que yo te he regalado y que como los demás no dejas que nadie limpie. Me siento en el sillón negro que se pega a mis piernas desnudas como una cinta adhesiva y me da miedo levantarme. Espero, a que termines de hacer lo que haces, a que busques en tus cajones una tarjeta donde escribirme una mentira, a que busques el libro tuyo que vas a regalarme. Lo hojeo con satisfacción y parece que te gusta que me guste, y luego yo te enseño algo que yo he escrito y que te incumbe, y me gusta que parezca que te guste.
Se termina la tarde y yo ya he desordenado tu escritorio, ya he dejado escondido un sobre el algún lado, y ya he perdido mis llaves bajo el sillón negro.
Y me voy de ahi con la pérdida, el hueco en el estómago y la perspectiva de otra espera larga. Y la noche del domingo es como siempre horrible, porque como siempre, como todas las semanas a estas alturas y a esta hora, no he hecho todavía mi maleta

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