lunes, octubre 06, 2008

Aunque sea por la ventana



Todas las mañanas, hay en mi habitación quince minutos de monstruosa claridad. Mi habitación, que durante el día es una caja de zapatos, se ilumina con montones de focos de 100 watts. Ahora, más que nunca sin cortinas y sin ramas de aguacate, la luz se vuelve loca y mi sueño también por descontado. Luz que desintegra las imágenes del sueño y las lagrimas de oxido en la puerta, luz que disuelve con pura intransigencia los restos de un dolor de rodillas y del ayuno. Se pintan cuadrados blanquísimos sobre la pared encalada y aunque no quiera me levanto y enciendo la estufa.
Quince minutos de claridad intensa y luego de nuevo a mi caja de zapatos, a mi madriguera de madera y piedra, a la parquedad con que suelo andar, como si nunca hubiera oído hablar de estrés oxidativo ni de escalafones.
Pero al menos una vez al día, al menos cuatro mañanas por semana, mientras metes los dedos en mi pelo, me parece saberlo todo y me entra la prisa de otros días.

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